Avui ha estat incinerat el cos d'un vell
col·lega de l'Escola d'Aprenents de l'AEG. Era d'un curs superior al meu, però
el recordo al meu costat fent la cua dels dissabtes, al migdia abans de plegar, on tots els
alumnes independentment del curs i del nom fèiem respectuosa fila entre els torns i bancs d'ajustador per cobrar
les 192 pesetes de la beca. Destacava per ser el més alt de tots els alumnes,
de caràcter tranquil i esportista. A ell dedico aquesta cita del llibre que
estic llegint.
Jorge Leal Amado de Faria (1912-2001)
ESCUELA DE
COCINA «SABOR Y ARTE»
CUÁNDO Y
QUÉ SERVIR EN UN VELORIO
(Respuesta
de doña Flor a la pregunta de una alumna)
No por ser desordenado día de lamentación,
tristeza y llanto, debe dejarse transcurrir el velorio a la buena de Dios. Si
la dueña de casa, sollozante y abatida, fuera de sí, embargada por el dolor o
muerta en el cajón no pudiera hacerlo, entonces un pariente o una persona de su
amistad debe encargarse de atender la velada, pues no se va a dejar a secas,
sin nada de comer ni de beber, a los pobrecitos que solidariamente se hacen
presentes a lo largo de la noche. Para que una vigilia tenga animación y realmente
honre al difunto que la preside, haciéndole más llevadera esa primera y confusa
noche de su muerte, hay que atender solícitamente a los circunstantes, cuidando
de su moral y de su apetito. ¿Cuándo y qué ofrecer? Durante toda la noche, del
comienzo al fin, es indispensable el café; naturalmente, solo. El café completo
—con leche, pan, manteca, queso, algunos bizcochitos, algunos bollitos de
mandioca y rebanadas de tortas de maíz con huevos estrellados—, sólo se servirá
por la mañana y para los que allí amaneciesen. Es conveniente mantener el agua
siempre a punto para el café, de modo que nunca falte, ya que continuamente
está llegando gente. Debe servirse con tortitas de harina y bizcochos. De vez
en cuando hay que pasar una bandeja con saladitos, tales como bocadillos de
queso, jamón y mortadela, pues para consumición mayor ya basta y sobra con la
del difunto. Sin embargo, si el velorio fuese de categoría, uno de esos
velorios en que se tira el dinero, en ese caso, se impone dar una jícara de
chocolate a medianoche, bien espeso y caliente, o un caldo de gallina con
arroz. Y, para completar, bollitos de bacalao, frituras, croquetas de toda
clase, dulces variados y frutas secas.
Para beber, si se trata de una familia
pudiente, además de café puede haber cerveza o vino, un vaso, y sólo para
acompañar el caldo y la fritada. Nunca champán: se considera de mal gusto
servirlo en tales circunstancias.
Sea rico o pobre el velorio, es de rigor,
no obstante, servir continuamente la imprescindible, la buena cachacinha: puede faltar de todo, incluso el café,
pero la cachacinha es indispensable; sin su consuelo no
puede haber velorio que se precie de tal. Un velorio sin cachaca constituye una falta de respeto al
muerto, una muestra de indiferencia y desamor hacia él.
Vadinho, el primer marido de doña Flor,
murió un domingo de carnaval por la mañana, disfrazado de bahiana, cuando sam-bava en un grupo y en medio de la mayor
animación, en el Largo 2 de Julio, no muy lejos de su casa. No formaba parte de
la agrupación; acababa de mezclarse con ella junto con otros cuatro amigos,
todos con vestimenta de bahiana, viniendo de un bar de la calle Cabeca, en el
que el whisky había corrido con abundancia a costas de un tal Moysés Alves,
hacendado del cacao, rico y perdulario.
La comparsa tenía una pequeña y afinada
orquesta de guitarras y flautas; tocaba el guitarrillo Carlinhos Mascarenhas,
un flacucho celebrado en las garconniéres, ¡ah!, un tocador divino. Los muchachos
iban vestidos de gitanos y las chicas de campesinas húngaras o rumanas; jamás,
sin embargo, hubo húngara o rumana —o incluso búlgara o eslovaca— que se
cimbreara como se cimbreaban ellas, mestizas en la flor de la edad y de la
seducción.
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